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En México, durante el siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz escribió en su poema “Hombres necios” sobre el que ha sido llamado “el oficio más viejo del mundo” destaco uno de los versos más conocidos de dicho poema: “¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?” Sor Juana pretendía, como lo indica desde el título, llamar la atención sobre la doble moral que se aplica muchas veces ante el tema de la prostitución en la que se suele castigar, estigmatizar o rechazar a quienes la practican pero poco o nada ocurre con aquellos que se benefician de este servicio.
Podemos citar este poema como un primer ejemplo de cómo numerosos escritores han utilizado sus plumas para hablar de la prostitución, del intercambio de dinero por favores sexuales, siendo así la literatura un espacio en el que se ha podido abordar este hecho desde diferentes y variadas perspectivas.

Roberto Arlt, escritor argentino, publicó en 1929 la particular novela Los siete locos, las prostitutas están allí presentes en el texto, son compañeras, amantes incondicionales, y ante todo piezas indispensables en la revolución social que planea realizar El Astrólogo uno de los personajes más impactantes del libro, ayudado por una red de burdeles a todo lo largo del país. La idea es socavar, de una vez por todas y desde sus cimientos, una sociedad excluyente, sin sentido que ha conseguido enajenar al hombre de sí mismo.
¿Qué se nos viene a la cabeza cuando pensamos en prostitutas? ¿Quizás oscuridad, pobreza sordidez? Mario Vargas Llosa se encargará de proporcionar una nueva mirada sobre ese estereotipo tejido alrededor de la prostitución. En su primera gran novela La ciudad y los perros (1962) los cadetes del Leoncio Prado parecen solo encontrar sosiego en la visita al barrio de los burdeles y en particular a la famosa “Pies Dorados” quien con dulzura y sabiduría inicia a estos jóvenes que están apenas aprendiendo a ser hombres en las artes amatorias. Más adelante, en su autobiografía titulada El pez en el agua(1991), Vargas Llosa dirá que esta prostituta realmente existió y que su leyenda perduró por varias generaciones de cadetes que la recordaron siempre con respeto, admiración y nostalgia. En otra de las novelas de este escritor peruano Pantaleón y las visitadoras(1973) el protagonista es Pantaleón Pantoja, un militar enviado a lo profundo de la selva para organizar la satisfacción sexual de los militares. Serio y organizado Pantaleón se encargará de organizar “visitas”, establecerá turnos, en fin, se valdrá de la disciplina castrense para que todo el mundo se vea beneficiado. La obra está escrita con mucho humor y es difícil no reírse con las ocurrencias de Pantoja.
Álvaro Mutis, el reconocido escritor colombiano, abordó una idea similar en Ilona llega con la lluvia (1988) cuando el incansable Maqroll decide, en un momento particular de la saga de este personaje compuesta por siete novelas, que se quedará un rato en un solo lugar y manejará un burdel en Panamá junto a su amiga Ilona. La particularidad de este burdel radica en el hecho de que las prostitutas se harán pasar por azafatas de reconocidas aerolíneas. El burdel se convierte en un lugar donde Maqroll consigue detenerse, probar un poco de cotidianidad junto a Ilona y la posibilidad de un amor fuerte e intenso pero carente de compromisos y pertenencias que se teje entre los dos y ofrece, a los clientes de su negocio, el sueño de entregarse al placer, de alcanzar el cielo, si se quiere con estas mujeres que supuestamente lo cruzan para vivir. Gracias a los personajes que visitan el burdel vemos cómo este se convierte en un espacio de desahogo, encuentro e ilusión porque para muchos hombres, como lo señala Vargas Llosa, el burdel puede ser el lugar donde finalmente cae la máscara y el hombre se encuentra desnudo en cuerpo y alma frente a esa mujer que no está ahí para exigirle nada, que no espera nada y que solo pretende complacerlo.
Gabriel García Márquez aborda en varias de sus novelas el tema de la prostitución en La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972) es el castigo impuesto, es la fatalidad que se lleva encima. Eréndira lleva años esclavizada por su abuela quien la acusa de haberle quemado su casa y la obliga a ir de pueblo en pueblo prostituyéndose para pagar la deuda adquirida. El lector rápidamente entiende que esa deuda es infinita y que no le bastará a la Cándida una vida entera para saldarla mientras los hombres se agolpan en su puerta. En este texto la prostitución está impuesta e impide la realización de un destino personal, a la Cándida solo podrá rescatarla el amor y García Márquez mostrará como esta mujer, frágil, delgada que parece un pajarito desamparado conseguirá despertar amor entre algunos de los hombres que la visitan como el episodio narrado en Cien años de soledad (1967) cuando Aureliano Buendía se cruza con la Cándida (no es extraño que algunos libros de García Márquez tengan lazos entre sí) y está dispuesto a liberarla de su aciago castigo pero se la llevan antes de que él lo consiga.En la novela El amor en los tiempos del cólera(1985) el protagonista encontrará en los prostíbulos, acompañado de las parejas y sus ruidos, la tranquilidad necesaria para trabajar hecho que sabemos el autor toma de su vida real; efectivamente, García Márquez contó en varias oportunidades que en esos lugares conseguía cuartos baratos y la posibilidad de no sentirse tan solo mientras tecleaba su máquina de escribir acompañado de todo tipo de ruidos.
En publicaciones colombianas más recientes Mario Mendoza y Santiago Gamboa se refieren a la prostitución. En el primero, esta usualmente está vinculada con la sociedad que no queremos ver, con las zonas oscuras de una ciudad que aunque las queramos ignorar están allí devorando todo a su alrededor, zonas donde los incautos o aquellos que se aventuran se pierden para no volver. Para Gamboa, en Perder es cuestión de método(1997) Quica, la prostituta, se convierte en la aliada y el apoyo incondicional del personaje Víctor Silampa enfrentado a un caso de corrupción, asesinatos y desapariciones.Pecadoras, aliadas, amantes incondicionales, condenadas, aventureras, felices o amargadas, las prostitutas aparecen de diversas y variadas maneras en la literatura latinoamericana. A muchos escritores les seducen las historias que se tejen en los burdeles y sus alrededores y no se cansan de explorar las múltiples facetas que encierra este negocio como lo demuestran los ejemplos proporcionados en esta reflexión.
Me aventuraría, en este punto a decir que quizás, esta fascinación se deba a que en la prostitución el hombre encuentra una posibilidad insólita, aquella que implica sentir que una mujer está dispuesta a todo por él, a satisfacerlo y doblegarse, y que por un momento, uno corto y muchas veces costoso, él se levantará como rey del universo de ese espacio que comparte con ella, sus deseos serán órdenes, la obediencia estará garantizada y después, solo después, regresará a su mundo de anonimato e insignificancia donde las cosas, de seguro, no suceden siempre así.

Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?