Más que la historia, que no depara mayores sobresaltos, lo que mantiene al lector atento y pegado a las hojas del libro es el relato poético profundo y descriptivo.
León, un abogado feo dedicado a la empieza la reconstrucción de la vida de Alfonso y su relación con Josefina. Con ese fin lee el diario que le sobrevive a Alfonso y es capaz de leer entrelíneas los verdaderos sentimientos e inquietudes que se esconden tras sus observaciones.
Josefina, aún viva, lo recibe para contarle su historia pero ella está perdiendo la memoria paulatinamente. León se esfuerza por rescatar esos últimos fulgores de historia, los recuerdos de una historia de amor interrumpida, de una pasión truncada, y de la vida junto a una madre fría y castigadora.
Lo más bonito del libro, aparte de las hermosas descripciones y profundas reflexiones es el tono íntimo y maduro con el que González intenta plasmar un momento, ese en el que intentamos con nostalgia detener un instante, eternizar una sensación, un olor, un sentimiento, cuando la naturaleza de ellos mismos es fútil, grácil, pasajera.
Al final, León quema su enorme manuscrito, deshace el esfuerzo porque la escritura sería un fin en sí mismo, el relato que leemos entonces tiene la doble particularidad de destruirse a sí mismo pero existir ante nuestros ojos.
El libro intenta entonces fijar los recuerdos, buscarle el sentido a una historia de amor en la que existen dos versiones vividas de manera muy diferentes, es el intento por rescatar algo “para antes del olvido.”