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Motivaciones Difusas

Pájaros de verano, la más reciente película dirigida por  Cristina Gallego y Ciro Guerra llega a cartelera impulsada por una fuerte campaña mediática tras recibir críticas positivas en Cannes y haber sido seleccionada en otros importantes festivales. Sin dudarlo, diría que esta responde inicialmente a las expectativas creadas. Técnicamente es una película impecable: planos deslumbrantes que sacan provecho de las locaciones, en particular del desierto y sus contrastes; sonido de gran calidad y una banda sonora cuidadosamente realizada que combina muy bien con la acción retratada.

La cultura wayúu es, como tanto se ha dicho, núcleo central de  la historia, de ella se destaca lo vistoso y colorido de sus tradiciones (de gran potencia visual), su relación con lo sobrenatural y lo onírico, la importancia de la palabra y la familia como eje fundamental  en la que prima, particularidad de esta cultura, la línea matriarcal. Esto último, se ve con claridad gracias a la sólida interpretación de Carmiña Martínez, Ursula Pushaina en la película, la mujer que lleva las riendas de su clan y que está dispuesta a todo para mantener la unidad y honor del mismo.

Dividida en cantos, como una tragedia griega, Pájaros de verano es el relato de la extinción de dos clanes  mientras la bonanza marimbera conoce su apogeo.

Sin embargo, en esta ambiciosa película no todo funciona, quizás, precisamente, por ser tan ambiciosa. Mientras el aspecto técnico, como lo señalé,  está muy bien, no sucede lo mismo con el ritmo del relato, sobre todo debido a ciertas interpretaciones.Por ejemplo el caso de la joven y exitosa Natalia Reyes quien tras unas primeras escenas que prometen se diluye y no consigue darle fuerza ni hacer creíble el personaje de joven madre.  Algo similar sucede con José Acosta quien encarna al protagonista masculino, Rapayet, ya no tal vez debido a su actuación sino al guión mismo, que poco o nada se preocupa, en general, por contarnos de él –y de otros– quiénes son y qué los motiva. Si en la madre su entrega al clan es clara, en Rapayet sus impulsos son difusos y endebles: ¿este guajiro que se crió entre alijunas desea estar ahí por amor? ¿Qué lo impulsa a quedarse en el negocio de la marimba tras haber pagado la dote? ¿Sólo el dinero?  Pareciera como si la tragedia y la predestinación a esta convirtiera a los personajes en meros instrumentos del destino, en entes desprovistos de profundidad y autodeterminación.

Aunque esto puede ser una decisión válida y adecuada en términos narrativos en este caso me parece que termina por hacer sentir que los trágicos sucesos le ocurren, finalmente, a unos caparazones vacíos que poco o nada me transmiten.

Y es que si cuesta entender las motivaciones también lo es entender el momento histórico en el que suceden los acontecimientos o qué, finalmente, desencadenó la tragedia.  ¿Acaso bastaba, como escuché que comentaban algunos espectadores a la salida del teatro, con matar a tiempo? ¿la culpa la tienen, como siempre, los gringos? ¿la ambición? ¿o todo esto junto? Pasan tantas cosas, ocurren tan deprisa que es difícil imaginar alguna respuesta o si importa darla. Por mi parte, lamenté que  la importancia de la palabra en la cultura Wayúu, herramienta necesaria para crear vínculos y solucionar conflictos (y que tanta falta nos hace por estas tierras) termina siendo un elemento desperdiciado en la trama.

En todo caso, no se puede negar lo importante que es para el cine nacional la realización de esta producción y el trabajo que viene haciendo, ya hace un bien tiempo, la llave Gallego- Guerra.

Publicado originalmente en  Cero en conducta número 3-agosto2018

Summary:
Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?