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Anton Chigurh se ha quitado los zapatos para no hacer ruido. Vemos sus medias blancas sobre el tapete café. Silencio. Y les aseguro que pocas cosas pueden ser tan aterradoras.

No hace falta insistir mucho, por algo Bardem se ha llevado un Oscar encarnando a este asesino despiadado pero aunque lo sepamos de antemano, aunque conozcamos un poco de la trama, nada evita que nos recorran escalofríos de espanto cuando la cámara enfoca la mirada fría de este nuevo ser de horror que ha llegado a poblar nuestras pesadillas.

Y claro, Chigurh existe porque los hermanos Coen se han unido de nuevo y una vez más cuentan una historia sobre desolación, soledad, incomunicación y muerte. Por si esto fuera poco la cuentan de la mejor manera posible: personajes bien construidos, una atmósfera desolada, y ausencia total de banda sonora. Silencio.

El suspenso se mantiene permanentemente, planos abiertos, elipsis en momentos inesperados, la tensión no decae nunca.

¿Qué queda por decir? yo anotaría que es imposible no quitarse el sombrero frente a esta lección de cine y reconocer el pulso firme con el que los Coen cuentan esta historia consecuente con su anterior recorrido cinematográfico. Imposible no notar como cada actor crece en su papel y lo sostiene limpiamente ante la mirada impávida del espectador que casi no puede respirar. Sin embargo, no puedo evitar anotar que no sé que tanto me gusta todo esto, que quedo desolada cuando salen los créditos y que efectivamente es difícil superar la sensación de que  no hay lugar para los viejos porque se muere joven en esta tierra triste  ( o ya no hay «lugar para los débiles») . No sé si quiero creerlo,  es por eso, solo por esta apreciación tan personal que le quito un poco de puntaje a esta cinta quizás porque quisiera, tonta de mí, que tanto talento se usara para algo un poco más feliz.

 

Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?