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Al inicio de la película, el ex ingeniero Cooper, convertido por obligación en granjero, piensa con tristeza y rabia en cómo el hombre que alguna vez miró a las estrellas buscando nuevos destinos y respuestas, solo es capaz, ahora, de ver el  suelo y el polvo que lo rodea..

Esa es, en efecto, la realidad de este mundo desolado donde Cooper,(un soberbio de principio a fin Matthew McConaughey que confirma, una vez más, la buena racha que atraviesa) vive con sus dos hijos en la granja de su suegro.

La educación superior, por ejemplo, ya no tiene sentido en un mundo sin guerras pero agobiado por la posibilidad del hambre y la falta de oxigeno. El destino del planeta, tras ser tan abusado por nosotros, parece estar llegando a su fin. Las cosechas mueren  unas tras otras, solo subsiste el maíz, ya no se ven animales por ningún lado y el polvo lo cubre todo. ¿Será el hombre capaz de resignarse a este desolador panorama.

Cooper es incapaz de aceptar cruzado de brazos esa condena porque siente que uno de sus deberes de ser padre es proteger a sus dos hijos: el mayor, un muchacho sencillo que acepta sin chistar su porvenir de granjero y la pequeña Murphy, inteligente, sagaz, capaz de ver más allá de lo que los demás perciben. Ellos son su fuerza y el punto de partida de Interestelar, la última película de Christopher Nolan, quien pareciera tener talento e ideas para mantenernos atados a nuestras sillas para rato.

Seguir la carrera  de  Nolan es sumergirse en un universo complejo, delicado y original desde el cual es posible, a través del lenguaje cinematográfico, reflexionar sobre el ser humano, el amor, la memoria y tantos otros temas que atraviesan las historias de este original y taquillero director, guionista y productor británico.

Interestelar consigue llevar esta carrera, de por sí ya fulgurante, a un nivel superior.

Sin temblarle la mano, Nolan acepta el reto de adentrarse en los terrenos de la ciencia ficción realizando un homenaje a numerosas cintas de este género, retomando ideas ya trabajadas por separado y consiguiendo que estas dialoguen de manera armoniosa entre sí.

Esa casa blanca en la mitad de un sembrado de maíz; ese hombre que sigue un destino para el que parece escogido; los momentos de ingravidez y soledad del espacio;  la relación con los robots; las complejas relaciones entre los que parten y los que se quedan en la tierra; el insondable universo estrellado; los misterios de los agujeros negros; ciertas imágenes e ideas las reconocemos, las hemos visto antes y se presentan ahora, frente a nosotros, mezcladas y unidas en un guión en donde, al mejor estilo de los hermanos Nolan, nada es dejado al azar.

La teoría de la relatividad, entre otras, atraviesa e enriquece la película que consigue, mientras aborda intrincados problemas y paradojas científicas, reflexionar sobre la condición humana y uno de sus cimientos más poderosos: la fe.

Es así como ciencia y fe, dos conceptos aparentemente antagónicos, terminan por ir de la mano en esta experiencia cinematográfica (ecos de Contacto  (1997) de Robert Zemeckis). Fe, no solo en el sentido de creer que el porvenir puede ser mejor, sino la fe en que existe algo más allá de lo que percibimos, algo que nos cuida y nos guía. ¿Dios?,  ¿”Ellos”,  como dicen en la película? Mientras aparecen las imágenes frente a nosotros,  esa fuerza pareciera no ser otra cosa que el amor, esa energía, ese lazo, ese poder que trasciende el tiempo y el espacio, ordenando y dándole sentido a lo que parece desconectado y desunido.

Sé que no estoy explicando mucho la trama para aquel que no ha visto la película, el problema es que siento que lograron lo que parecía imposible en los tráileres: no adelantar ni desmenuzar la trama, como suelen hacerlo, y no seré yo quien arruine todo ahora. Esta es una película que amerita ser disfrutada sin prejuicios o ideas preconcebidas (si es que eso es posible).

Baste decir que Cooper, un hombre que sabe que desde que es padre su destino es “convertirse en un recuerdo memorable para sus hijos”, es el escogido para partir en la  difícil misión de explorar un agujero gusano con el fin de salvar el destino del planeta y de la humanidad.

Este viaje, del que se desconoce la fecha de finalización, es un recorrido por los secretos del universo y del alma humana. Una excusa para explorar el valor y el sacrificio, pero también lo mucho que necesitamos a los otros, lo increíble que es ver un rostro humano y ser escuchados por él, los lugares temibles a donde nos puede llevar la soledad.

Endurance, la nave en la que viaja Cooper, gira en armonía en un espacio silencioso que aparenta indiferencia y frialdad frente al destino humano. Sin embargo, Nolan  nos dice que no es cierta esta supuesta indiferencia, que existen lazos invisibles que permiten unir cabos sueltos en medio de esas galaxias estrelladas y distantes, que nuestro minúsculo planeta tiene cómo salir a conquistar ese exterior porque las fuerzas que nos unen son invisibles pero infinitamente poderosas.

Contada con pulso, sin escatimar detalles, Nolan narra una epopeya llena de momentos emotivos. Diálogos íntimos, secuencias de acción, instantes de silencio y contemplación se intercalan manteniendo el ritmo , acompañado de unos bellísimos y sobrios efectos especiales (nada falta, nada sobra)y de una acertadísima banda sonora.

Al final, contemplamos la aventura del conquistador, del pionero, del rebelde que no acepta un destino, ni que su destino lo delimiten los confines del universo y de las mujeres que lo acompañan en esta aventura y consiguen superar sus alcances.

Personas que, como en el poema de Dylan Tomas,  que se cita varias veces en la película, “no entraron dócilmente en la noche”, aquellos que se han “enfurecido contra la muerte de la luz” y con valor, entrega y sacrifico han decidido recuperarla, descubriendo, en ese mensaje esperanzador y hermoso que encierra la película, que la luz brilla al interior de cada uno de nosotros.

Recomendadísima.

Summary:
Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?