No es necesario ser fanático de la Fórmula 1 para ver Rush, pasión y gloria, probablemente hasta sea mejor no serlo y saber poco o nada sobre Nikki Lauda y James Hunt y pasarse la película emocionado desconociendo el final.
La película funciona gracias a la combinación de un buen guión escrito por Peter Morgan (La reina, El último rey de Escocia), combinado con la certera dirección de Ron Howard (Cocoon, Una mente brillante).
Morgan, desde el guión, tomó la decisión de tener como eje de la historia el épico duelo a muerte que sostuvieron Lauda y Hunt durante el campeonato mundial de Fórmula Uno de 1976. Para que lo valoremos en su justa medida y comprendamos lo que estuvo en juego durante cada uno de esos circuitos, Morgan nos remonta seis años antes en la vida de estos dos hombres tan diferentes en su carácter y tan parecidos en su pasión por las carreras.
Howard, por su parte, sabe varias cosas y las hace con pericia. La primera es captar el ambiente del momento. Frente a nuestros ojos surgen de nuevo los 70 y toda la película se tiñe de la tonalidad característica de la época. Por otra parte, las carreras están muy bien hechas, no gracias a grandes efectos especiales sino a puro virtuosismo de la cámara y la edición: por instantes la cámara está al nivel del suelo para hacernos percibir las curvas y la velocidad; en otros momentos estamos en el motor del carro contemplando el desgaste de sus partes; un minuto después, veremos todo desde la perspectiva del piloto o acompañaremos a la fanaticada desde las gradas.
Se siente de manera vívida la emoción y el peligro; no es para menos, a la larga, lo que vemos, son hombres corriendo a 300 kilómetros por hora cuando aún era normal que de tanto en tanto alguno perdiera la vida.
Eran otros tiempos… era otro deporte y, probablemente, era otro el tipo de persona que se veía atraído por él. Finalmente, como lo dice Hunt ¿qué normalidad se puede esperar de hombres que corren en círculo arriesgando sus vidas?
La película explota no solo esta atmósfera de adrenalina y velocidad sino también la competividad entre dos seres tan opuestos: Lauda, interpretado por un casi irreconocible Daniel Brühl (el mismo de Adiós a Lenin), que da todo de sí para dar vida a este hombre calmado, contenido, más bien frío, calculador y obsesivo. Lauda no descuida ningún detalle. Vigila con cuidado su carro, estudia la manera de mejorarlo, rechaza la debilidad y busca ganar a toda costa.
En otra acertada decisión de casting, Chris Hemsworth es Hunt, no solo el rival de Lauda sino también su opuesto en carácter. Hunt es el alma de la fiesta. Apasionado, imprevisible, divertido. Sentirse cerca de la muerte cada vez que corre lo impulsa a vivir cada vez más intensamente. Claro que quiere ganar, pero el camino para llegar ahí debe ser un goce.
Estos dos hombres comparten su deseo de triunfar y comparten, sobre todo, la certeza de querer derrotar al otro, a ese que intuyen es el único que podrá hacerlo.
¿Qué sería de una pasión sin un desafío? Eso es lo que cada uno significa para el otro: un reto, un desafío. ¿Y qué es un desafío sino un impulso, un motor, y no es esto, quizás, más fuerte que el amor o la amistad?
¿Qué más decir? Quizás baste con añadir que es una película que consigue lo que se propone, que retrata el lado más humano de estos pilotos, de esa época, de una profesión que puede ser tan incomprensible y de una relación compleja en la que prima, es cierto, el enfrentamiento, pero donde también hay lugar para la admiración y el cariño.
Al final quedamos con la sensación de que cada una de esas carreras no son otra cosa que una alegoría de la vida y sus pruebas, de los miedos que enfrentamos para alcanzar lo que ambicionamos y de las múltiples posibilidades de afrontar un destino.
Recomendada para esos momentos donde todo parece ir muy lento y estar muy aburrido.