Skip to main content

De un momento a otro es posible despertarse y descubrir que las decisiones que hemos tomado nos han llevado al borde del abismo. Este, sin duda, es el caso de los  hermanos  que protagonizan esta película: Andy (Philip Seymour Hoffman) y Hank (Ethan Hawke).

El camino que cada uno ha  recorrido para llevarse hasta ese callejón sin salida en el que se encuentra sumido es diferente y tiene que ver con  su personalidad. Andy,  el mayor parece ser el más inteligente, el más sagaz,  el que tiene la relación más difícil con la familia, el frío. Hank es el menor, el consentido, el que a fuerzas de ver a otros tomando sus responsabilidades no ha gobernado su vida.

Esto explica que el que tiene la idea para sacarlos del atolladero sea Andy. Los dos necesitan dinero y por qué no conseguirlo robando una joyería que los dos conocen muy bien: la de sus padres. Obviamente el cerebro de la operación no quiere verse inmiscuido en el asunto y qué mejor que su manipulable y desesperado hermano para realizar el robo.

El problema es que Andy olvidó que Hank no puede ser tan autónomo y que la misma deficiencia de su temperamento que le hará aceptar cometer el robo será la que desencadenará toda la serie de errores que acarrearán la desgracia. Si al inicio de la película los personajes están al borde del abismo aquí (como lo dijo Turbay en su discurso) literalmente dan un paso hacia delante. Lo que el espectador contempla en una narración fragmentada, que va siguiendo a un personaje a la vez, son la serie de acontecimientos que antecedieron el robo y sus nefastas consecuencias.

Pocas veces se experimenta en cine una sensación de zozobra y desesperanza tan grandes como en esta película. Realmente no se vislumbra de qué manera se puede desenredar tamaño entuerto y, como en las arenas movedizas, cada movimiento hunde más y más a los protagonistas.

Este es un buen momento de hablar del refrán que le da el título a la película:

“Ojalá puedas estar media hora en el cielo… antes de que el diablo sepa que estás muerto.” Es imposible no pensar en esta última frase cuando los personajes deambulan por las calles más muertos que vivos. Cualquier atisbo de felicidad, de paraíso, se ha borrado y solo se espera la caída final en este infierno sin salida que han creado a su alrededor.

Solo anoto dos aspectos más de esta película que vale la pena ver (aunque se quede al final inundado de desasosiego): el trágico final demuestra que padre e hijo mayor tienen más  en común que lo que ellos mismos alcanzan a intuir. Y, para finalizar, que quizás el último gesto de Hank sea una suerte de redención del personaje, un momento de firmeza, el único de su vida, en el que intentó tomar, por un instante, las riendas de su caída libre.

Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?