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La señora Krüguer lleva toda su vida dedicada a enseñar piano en una cárcel. El asunto no parece tener mucho sentido porque sus, cada vez más escasas, alumnas tienen realmente muchas dificultades en aprender.

Ella persiste en su labor aunque no recibe sueldo hace tiempo, aunque nadie la aprecia mucho en esa cárcel, aunque cada vez está más vieja, sola, y amargada. No es su espíritu altruista el que la lleva a continuar, en realidad, su decisión  tiene más que ver con la culpa y el dolor de haber tenido una relación prohibida que perdió de manera trágica.

El ser poseedora de un talento que terminó encerrado en los muros oscuros, desperdiciado ante un auditorio que poco lo aprecia la hace apreciar rápidamente el talento de la joven y conflictiva reclusa que acaba de ingresar: Jenny. Con decisión y ahínco la señora Krüguer usará todas sus fuerzas para que ella  participe en las eliminatorias y llegue a presentarse ante una importante audiencia en un concurso de jóvenes intérpretes.

La película, pues, se centra en el particular vínculo que surge entre estas dos mujeres: la  profesora que se hunde ya en un ocaso triste y vacío y la alumna cuyo descomunal talento solo es comparable a la fuerza que aplica en autodestruirse y pelear con el mundo. En la mitad de todo esto esta lo que las hermana por encima de sus imperfecciones, dolores y traumas: la música.

Cuatro minutos es una película sobre el dolor y la incapacidad de librarse de él y sobre como este nos vuelve insensibles: es el caso de Jenny frente a la muerte de su compañera de celda o de la maestra ignorando sistemáticamente a ese alumno aplicado (un guardia de seguridad) que la admira y desea que ella se sienta orgullosa de él.

Es también una película sobre venganzas, odios y egoísmos y es, ante todo, un recordatorio de cómo el arte puede embellecer aún los momentos más sombríos y brindar, por lo menos, cuatro minutos de luz en la mitad de las tinieblas.

 

Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?