Decepción. Así resumiría yo la sensación tras ver Lobo de Wall Street, uno de los estrenos que más esperaba.
No creo haberme equivocado en mis expectativas. Martin Scorsese tras la cámara, Leonardo Di Caprio interpretando al protagonista y todo esto combinado con un coctel explosivo de historia real, ilegalidad y Wall Street.
No dudaba del pulso de Scorsese para retratar este mundo, los bajos fondos y las vidas criminales son más que su especialidad.
Los primeros 45 minutos parecen confirmarlo todo.
Los finales de los 80 se despliegan ante nuestros ojos. Los colores, la música, la ropa, pero no solo eso, la actitud , una manera de ver el mundo. Como espectadores seguimos expectantes la subida de este muchachito de 23 años que es Belfort, con ganas de comerse el mundo a mordiscos.
El inicio es contundente, sabemos que se ha hecho millonario, sabemos que ha sido en poco tiempo, queremos presenciarlo. Scorsese nos lleva de la mano para mostrar cómo se consolida un imperio de la ilegalidad y, sobre todo, cómo la entrada excesiva de dinero termina por deteriorarlo todo.
Son 45 minutos afortunados. Di Caprio, convertido en Belfort, nos hace reír con sus excentricidades e ideas descabelladas. Nos divierte su histrionismo, su exageración. Nos parece simpática la banda de ineptos que se le une y sonreímos cuando mira a la cámara, y nos habla a nosotros, al público que quiere verlo desplegar sus encantos y conseguir lo que desea. Él es un experto vendiendo, claro que queremos que nos venda su historia.
El problema es que la película no dura 45 minutos sino tres horas. Y que a partir de cierto momento dejamos de reír porque lo que contemplamos es una sucesión tras otra de excesos. Habrá una que otra secuencia divertida, pero nada más, por instantes olvidamos que tras la cámara está Scorsese y creemos estar viendo una película de adolescentes en pleno spring break. O quizás sí, sí lo es, es un largo y eterno spring break vivido por eternos adolescentes, ¿pero cuántas escenas de sexo insustancial, fiestas alocadas y exceso con drogas son necesarias para captar esa idea?
Por si esto fuera poco Di Caprio engulle todo y a todos. Su interpretación de Belfort llena cada uno de los momentos de la película, claro que lo hace bien, cómo no, pero a ratos parece un soliloquio eterno y, lo peor, es que Belfort es más bien aburrido. Tanta superficialidad y culto al dinero aburre. La máxima que guía su vida la expresó mejor Pambelé (exboxeador colombiano) cuando dijo: “Es mejor ser rico que pobre”.
Sobre Jonah Hill solo diré que me sorprende que haya sido nominado al oscar por un papel que parece una réplica de otros que ha hecho (¿no es como si el chiquito de Superbad hubiera crecido?) además es difícil verlo tras la sombra enorme que proyecta Di Caprio o, mejor, el desabrido Belfort, sobre todo y todos.
El detective que está dispuesto a hacer caer al lobo de Wall Street poco o nada importa. Es una vertiente que hubiera podido darle oxigeno o por lo menos balance a la narración y que se pierde por completo.
Por último, ni hablar de la esperada caída del imperio ¿acaso la hubo? o de algún tipo de reflexión de Belfort sobre los actos que tuvo que realizar para salvar el pellejo ¿de verdad no hay ninguna profundidad posible en este personaje? ¿ningún matiz?
Tal vez, simplemente, esto era lo que quería decir Scorsese, que a pesar de la decadencia este es el tipo de personas que muchos siguen como un líder. Belfort parece ser el pastor de un nuevo culto (bueno, no tan nuevo), el culto al dinero. Quizás no hay más que buscar o pedir.
A mí, por lo menos, me cuesta ver tanto talento reunido para tan poco.