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Uno de los mejores monólogos que he visto en una película, una imagen elaborada y preciosa, ligeras pausas, que acompañan rítmicamente la sucesión de imágenes mientras se insertan de manera sutil los créditos, dan inicio a la última película del original director coreano Chan–wook Park.

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La trama inicia con una tragedia: el día del cumpleaños número 18 de India, su padre perece en un accidente de tránsito. Esta adolescente distinta, que vive silenciosa en un mundo propio que ha construido a través de los años, ha perdido a la persona más importante de su vida pues con su madre mantiene una relación fría y apenas cordial. Hasta la casa no tardará en llegar el tío Charles, un hombre carismático y guapo, del que India nunca oyó hablar y que vendrá cargado de misterios y secretos para instalarse y vivir con ellas.

Como le gusta a este director, no hay momentos de reposo o calma en esta particular cinta. Una tras otra se van sucediendo escenas de brutal violencia contenida, cada actor se apropia con naturalidad de su rol (perfecto el bótox de Kidman que acentúa su rol de patético juguete de las circunstancias) y nos acerca a esta insólita familia en la que el apellido Stoker (el mismo de Bram Stoker, autor de Drácula) no deja de poderse relacionar con el verbo stock o el verbo stocker (en francés): lo que se almacena, lo que se ha guardado durante años y que ahora puja por salir. Se destaca la puesta en escena: todo lo que rodea a los personajes se ve anacrónico. Si no fuera por la aparición momentánea de un celular, por las escasas escenas que suceden en la escuela de India y por el comentario del tío Charlie sobre la antigüedad de un vino, estaríamos convencidos de ver una historia que transcurre en los 50.

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La ropa, la antigua casa, el mobiliario, trasladan a esta familia a otra época, lo cual no deja de tener sentido si se tiene en cuenta que se habla de conexiones profundas que se heredan, de historias familiares que se repiten sin que nadie pueda controlarlo o evitarlo (también podríamos relacionarlo con un homenaje a Hitchcock que fue sin duda un referente, como se puede apreciar en la escena de India en la ducha). Chan-wook Park pone toda su pericia en crear un ambiente minimalista, cargado de símbolos. Está, por ejemplo, la araña, relacionada con la tragedia, la fatalidad, pero también con el deseo oculto, las pasiones reprimidas y la muerte (¿cómo no pensar en la viuda negra?). O los zapatos que utiliza India, representativos del tiempo que ha transcurrido, de la inmovilidad de ciertas cosas y del círculo que se cierra sobre sí mismo (escena de India rodeada de sus cajas de zapatos).

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Esto último, además, se vincula con la historia que no es otra cosa que el relato del paso de la niñez a la adultez, esa delgada línea (“La línea de la sombra” diría Conrad) que separa el mundo infantil del adulto. India está al borde de atravesarla pero no puede hacerlo sola, para eso necesita conocer el mundo del cual su padre la ha protegido para alejarla de un destino que debe cumplir, una predeterminación que lleva en la sangre y que conoce muy bien su tío Charles, el extraño y seductor Charles, que ha venido a confrontarla con el llamado de la sangre.

Al final todo es perturbador, el preciosismo con el que se narra esta alegoría a la violencia y su oscura relación con la sexualidad, y el hecho de evocar que para ser libres debemos asumirnos como somos sin importar el daño, muchas veces mortal, que podemos hacerle a otros.

Summary:
Diana Ospina Obando

Diana Ospina Obando

Escribir, leer, ver películas, viajar...¿me faltó algo?